En la generación de mis padres, la pregunta era, “¿Dondé estabas el día del asesinato al Presidente Kennedy y cuando mataron al Dr. Martin Luther King Jr.?” Para nosotros que nacimos después, es donde estábamos el 11 septiembre 2001. De hecho, estábamos Evan y yo en clases de español en la ciudad de Santiago de Chile aquel día. En el descanso de la mañana sobre las 10:15 am, varias personas entraron en internet en el centro de computadoras de la escuela de español para mirar su correo y ver las noticias del día.
Yo hablaba con una estudiante de California, cuando un hombre sentado en frente de una computadora exclamó, “¡Dios mío!” Puso su mano sobre su boca y señalaba la pantalla. Continuaba yo a hablar con la amiga, pensando que el tipo reaccionaba demasiado a algo en las noticias sobre las estrellas de cine.
Un momento más tarde, la mujer sentada a su lado dijo, “¡Un avión chocó con las Torres Gemelas!” Aunque la foto que salió en su monitor confirmó la verdad de su frase, yo sentía como si fuera un programa de radio sobre la invasión de los Marcianos, imposible, falso, absurdo. La verdad me golpeó. Mi hermana vivía en Nueva York. Mi tristeza estaba al punto de hervir.
Ventitrés de nosotros; diecinueve de los EEUU, un ruso, dos alemanes y una australiana, se juntaron alrededor de las pantallas, buscando un vista de los videos y las noticias. Santiago y la Ciudad de Nueva York están en la misma zona horaria durante el otoño. Mirábamos un video en vivo cuando el avión golpeó la segunda torre. Y dentro de poco, las dos se derrumbaron. Yo lloraba fuertemente y me abrazaba Evan. Llanto y abrazos corrieron por la escuela como un inundación. Las clases eran suspendidas por el día.
Evan y yo caminamos a casa. En vía, paré en un teléfono público y la llamé a mi mamá con una tarjeta de llamadas. Aprendí que mi hermana quien vivía en Brooklyn y se transportaba a Manhattan diariamente durante la semana, estaba fuera de la ciudad en unas vacaciones con su novio financiero. ¡Qué alivio! Evan y yo nos sentábamos en frente del televisor en el apartamento de la Señora P con quien vivíamos pegados a la historia en CNN por horas. Como ciudadanos de los EEUU, nos sentimos tan aislados, fuera de nuestro país durante un periodo de duelo. Hablamos de que hacer, volver de inmediato, o quedarnos en Sudamérica. La próxima semana pasábamos tiempo conversando y decidimos quedarnos por el año en Santiago como planeábamos.
Durante los próximos tres meses, cada chileno y chilena que conocimos nos preguntaba sobre nuestra familia en los EEUU y si le afectara el ataque. Chequearon, tenían en mente la naturaleza personal de la tragedia. Eso me tocaba profundamente el corazón. El 11 septiembre ya era día trágica chilena. Porque era la fecha en 1973 que Pinochet y sus fuerzas armadas tomaron control y mataron al Presidente Allende (elegido democráticamente). Pinochet era el dictador durante 17 años. Aunque queda claro en las mentes de la gente sudamericana que una mano fuerte del norte auxilio el golpe de estado, en 2001 nadie nos culpaba por el hecho. A los chilenos, era más importante nuestra humanidad que la política internacional de nuestros países. Nos trataron con compasión, como ciudadanos de un país lamentando una perdida grave.
Para mí, el regalo más extraordinario de viajar es estar aceptada como persona en vez de una nacionalidad o una facción. Hablarse, conocerse, entenderse la humanidad del otro. Muchas veces empieza con la pregunta sencilla, “What’s your name? “¿Cómo te llamas?
Saludos cariñosos a todas las personas que sufrían la pérdida de alguien en este día, en los Estados Unidos, Chile y todo el mundo. Qué ellos y nosotros conozcamos la paz. – Rebecca
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