Evan y yo tuvimos suerte en encontrar buenos amigos en Chile. Cuando mudamos a Santiago en el otoño de 2001, los dos tomamos clases de castellano. A Evan le tocó la inmersión completa que enfrentó con coraje. Yo probé si realmente podía distinguir entre el pretérito y el imperfecto, o el indicativo y el subjuntivo. ¿Estaría más fluido en hacer frases españoles si yo caminara por las calles de Santiago practicando? Mi profesor Antonio me ayudó decidir cuales edificios gramaticales renovar y cuales derrumbar y reconstruir. Varias estructuras necesitaban una ala completa nueva. ¡Ay!
El primer día de clase, Antonio nos hacía preguntas introductorias corteses en español. ¿Cómo te llamas?¿De dónde eres? ¿Cuál es tu profesión? Cuando me llegó a mí, le dije, “Soy Rebecca. Soy de los Estados Unidos. Soy escritora.” Noté el comienzo de una sonrisa cuando hice el comentario sobre mi origen, diciendo los Estados Unidos en vez de Soy Americana. Aprendí esta lección hace años de un argentino quien conocí en el programa en Toledo, España. El argentino nos enseñó que las Americas significa el continente, y todos nosotros que vivimos allí son americanos. Después de veinte años de usar americana como el término de mi nacionalidad, me costaba trabajo cambiarlo. Aunque, también pude ver porque los molestaría a los sudamericanos y centroamericanos cuando usamos el término de forma exclusiva.
La palabra, “escritora,” fue lo que hizo al profesor sonreír. “¿De verdad? ¿Qué te gusta escribir?” me preguntó Antonio. Le dije, “Escribo poesía y cuentos cortos.” En su clase, cada persona hizo cuentos cortitos en castellano para practicar los tiempos pasados y el subjuntivo. Antonio me dio ánimo por mi esfuerzos en la escritura y me informaba de las redacciones que tenía que hacer. Sentí que seguía por adelante en mi aprendizaje del español por la primera vez en muchos años. La clase seguía por dos semanas. Al fin de los catorce días, me invitó a juntarme con una tertulia en la casa de una pareja que eran amigos suyos.
Por seis meses o más asistí la tertulia cada dos semanas. Escribía y redactaba un cuento cortito en español, y lo imprimí. Doblaba la hoja, la deslicé en mi bolso y subí la micro hacía el centro de la ciudad agarrando con todas mis fuerzas a la barra del pasillo para preservarme la vida. “Los conductores asesinos,” Antonio los llamaba. Ellos aceleraban de forma agresiva y llegue en un tiempo récord al centro; ruidosamente volaron por las marchas hasta la más alta en dos cuadras y pateaban al freno en los semáforos o peor ni los hacían caso. Los vehículos olorosos eran grandes fuentes de la contaminación de aire en Santiago. Gracias a Dios, lo han reemplazado y el aire queda un poco más limpio en esta fecha. Las micros están nuevos y el metro se ha extendido por kilómetros más que cuando estuvimos allí.
En el centro de la ciudad, buscaba en la esquina elegida el bus hacía la Calle Recoleta. El número del bus variaba. Al subir, preguntaba al conductor si fuera a Conchalí para confirmar la ruta. Una vez al mes, mi marido Evan iba conmigo a la reunión. Así conocimos a la joya tranquila que era la parte de Santiago donde crecía nuestro amigo. Las personas no son ricos, pero si apoyan a sus vecinos. Se juntaron para crear un centro de comunidad, el Centro Cultural Caleidoscopio de Conchalí para eventos sociales, una estación de radio de la comuna y programas sociales. Evan y yo enseñamos una clase de inglés en el Centro.
Blanca, Renán, Antonio, Robinson y yo trabajábamos redactando los textos uno de otro. Ellos me corregían la gramática y yo hice comentarios sobre lo que me gustó en sus cuentos y de sus temas. Juntamos los mejores esfuerzos y los publicamos. El proceso era muy manual. Robinson imprimía las páginas usando una máquina antigua y nosotros las ordenábamos para la encuadernación. Unos meses después, hicimos una fiesta del lanzamiento del libro para la gente de Conchalí y ¡leímos del libro, Los Juglares de Conchalí!
Tener en la mano un libro que contiene cuentos míos me da inspiración para continuar mi trabajo creativo. De llamarme “escritora” al pregunta de Antonio, surgió la oportunidad de mejorarme la expresión literaria, de hacer amistades, y de refinar mi castellano. De crearme una realidad profesional nació escritura nueva que me cambió más, incluso me recreó. Qué todos sepan la alegría semejante en su campo de interés.
Gracias por leer el ensayo. ¡Olé! -Rebecca
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