El año que vivimos en Chile, cada tres meses viajamos a los países cercanos para renovar las visas. Visitamos a la Argentina, una vez en una ciudad pequeña en las montañas y otra en la capital de Buenos Aires. Mi marido y yo cenamos en un restaurante italiano, Broccolino. Creo que comimos ñoquis. La comida era sabrosa, pero el camarero era lo más memorable. Cuando le contamos que planeamos una visita a la capital de Uruguay y el campo en unos días, se puso muy animado. Nos dijo que el era de un pueblo chico treinta kilometros al norte de Montevideo, que se llama San Bautista. Martín escribió su nombre y su telefono en una servilleta y nos contó si fueramos en serio, que le llamáramos y él hablaría con su tío.

Dos días más tarde, después de pasear por Buenos Aires cerca de la Casa Rosada y la  Plaza de Mayo, compramos los boletos Buquebus para cruzar el Rio de la Plata el próximo día, y le llamamos a Martín. El llamó a su tío quien vive en una granja y a su amigo de la infancia, Gustavo “Bombon” Tejera, quien conduce un taxi, y le contrató para recogernos en Montevideo.

Cuando llegamos en Uruguay, nos quedamos en la capital, paseando por las calles con los edificios coloniales y haciendo un recorrido por taxi también. El próximo día Gustavo vino por nosotros en nuestro hotel. Con su barba y su cabeza calva, pareció muy pícaro, casi un pirata pero con los ojos amables. Nos llevó a San Bautista, ¡a su propia casa! Le conocimos a su esposa muy acogedora, Maricela. Mientras nos hablaba, tomó su yerba mate. Esta bebida popular uruguayo y argentino tiene mucha cafeína. (teína según nuestro amigo chileno 😉 Marcela nos hizo un banquete de almuerzo. Nos presentaron a sus hijos, parientes y unos vecinos. Les preguntamos sobre hoteles, pero no había nada cercano. Gustavo y Maricela insistieron que quedáramos en su casa. Estuvimos asombrados y aceptamos con agradecimiento. El negocio de taxi de Gustavo iba bien y los Tejeras vivían en unas de las casas más grandes de su pueblo. Su hijo mayor quedó en la habitación de sus hermanos menores y nos prestó la suya.

El día que siguió, después de otro banquete, visitamos la familia Giraldi, del tío de Martín, en una finca fuera de la ciudad. Había ovejas, chanchitos, y pollos paseando alrededor de la casa. Tuvimos conversaciones interesantes sobre la comida orgánica, la contaminación de aire, y el cambio global del clima. Nos enseñaron libros de fotos de visitas de Martín a la granja.

Por la noche, la compramos carne a la parilla para los Tejeras. Los papás llevaron clientes a Montevideo, y asistimos con los pequeños en la cena. A la una de la mañana, nos hicieron fiesta en el Club Social del pueblo hasta las 3:30 de la mañana. Pensamos hablar por unos minutos y volver a la cama, pero eran conversadores buenos y no quisimos salir. Evan se defendió hablando con un nuevo amigo, Ernesto, en su español creciente.

Me desperté temprano para visitar de nuevo la granja Giraldi. Monté en caballo un ratito para visitar a los chanchos con el primo de Martín, José Luis. Más tarde, fui en caballo para visitar una granja de ñandu. Quisimos quedarnos más tiempo, pero tuvimos boletos de avión para el próximo día desde Buenos Aires. Gustavo y Marcela nos llevaron de vuelta a Montevideo por la tarde y nos dejaron en el Hotel Cervantes. Marcela nos dio un regalito de maravilla, un caballo tomando mate, con un papelito escrito por su hija, “Estube en San Bautista” (vea la foto). El próximo día fuimos por Buquebus de vuelta por la bahía a Buenos Aires. Comimos el almuerzo en Broccolino y le contamos a Martín nuestras aventuras y los saludos afectuosos de la gente de su pueblo. Le agradecimos mucho. El avión nos llevó por la tarde a nuestro hogar en Chile.

Así terminó uno de las historias de mayor hospitalidad de la vida. ¡Hay poco misterio porque aclamo por Uruguay en esta Copa Mundial!