A los 13 años, empecé a enseñar el español a mi hermanita (lo estudiaba desde hace doce meses yo). Ella tenía un año, una edad perfecta para aprender un segundo idioma. Le decía “Hola,” y me lo repitió. Eso hecho, progresé a lo que lógicamente sigue, la frase, “¿Dónde está la planta?” Escogí un helecho en particular. Le hacía la pregunta, y lo acerque señalando con el dedo, “Aquí está la planta.” Después de repetirlo varias veces, la preguntaba ¿Dónde está…” y lo señalaba ella. ¡Exito! O, ¿de hecho era?
Empezó la escuela secundaria y se me olvidó darla más lecciones. En las vacaciones de invierno, la hice la pregunta y señaló el helecho correcto. Muy contenta, sobre la luna, estaba yo. Pero, al añadir una frase nueva a la lección recibí una sorpresa desagradable. También la señaló con el dedo a la misma planta. Estaba frustrada, me di cuenta de que bulla con acento en español significaba para ella, apuntar la planta, pero sin comprender el significado de la frase. ¡Bua! En cualquier intento a continuación de presentarla más español sólo reaccionaba ella con la respuesta Pavlov de su parte (apuntar la planta), y renuncié este esfuerzo.
Cuando mi prima menor tenía cinco años, acampamos con nuestras families en los bosques de Minnesota del norte. Intenté dar lecciones de nuevo. Jugamos con una pelota de tenis atada a un palo de metal, golpeándola con raquetas. Le hablaba en español cuando estuvimos juntas. Las palabras que repetí más eran, “hola” y “muy bien”. Ella las aprendió y me llamó su maestra alta, que me agradeció mucho. Pero, aunque estudiaba el español por nueve años, pasar un semestre en Toledo, especializarme en español, y enseñar el idioma a jóvenes por dos años en una escuela privada, no tenía ninguna licencia de enseñar, ni entrenamiento de adquirir segundo idioma. Mis fracasos faltaban mucho la ciencia práctica adecuada.
Soñé con criar hijos bilingües. De mis breves experiencias como maestra, me di cuenta de que era esencial hablar el castellano todos los días desde el principio; la inmersión total desde el nacimiento era lo ideal. Leí libros y sitios web sobre las teorías de como crear una familia bilingüe. Decidí que todas las mañanas sin fallar, ni en caso de enfermedad faltar, que hablaría el idioma de minoría, el español hasta el mediodía (o hasta que comenzara de la escuela). Hablaríamos inglés con su papá. Después, usaríamos el castellano de nuevo al fin del día. Tenía yo la gramática imperfecta, aún después de 20 años de estudio. La voluntad mía sola no era suficiente para crear un hispanohablante, requería rutina, disciplina, constancia, comunidad y amor. Pero decidí que valió la pena intentarlo.
Mis primeras palabras a nuestra hija eran, “Hola, mi amor, bienvenida.” Ella y yo seguimos nuestra rutina diaria de desayunos, baños, libros de cartón, cantar canciones, hacer paseo en bicicleta, jugar a las cartas, jugar con autos, hablar con animales de peluche en el idioma de minoría durante la primera mitad del día. Hice errores de usar el idioma incorrecto, particularmente después de hablar con su papá o amigos angloparlantes por teléfono, o durante visitas familiares. Pero mantenía mi promesa de las mañanas españoles 90% de su niñez hasta ahora. Después del almuerzo, hablábamos ingles. Siguiendo este método, su primera palabra era, “agua.”
Funcionaba el plan hasta que tenía dos años. No encontramos una escuela pre-escolar bilingüe. Después de dos años en una escuela pre-escolar monolingüe angloparlante, nuestra hija rehusó hablar el castellano. La hablé en español y me contestó en inglés. Desafortunadamente, es común esté resultado para niños en países donde un idioma domina. Pero, afortunadamente, las conocí otras mamás criando sus hijos hablando español y formamos un grupo de jugar. Hicimos reuniones divertidas de jugar, de salidas al zoológico, y celebrarse los cumpleaños con nuestros amigos bilingües. Pero, incluso con el español alrededor de ella, nuestra hija siguió el patrón de responder mayormente en inglés, aunque entiende bien el español.
Pensamos que la escuela primaria bilingüe la devolvería todo lo perdido. Tuvimos la suerte de entrar en la primaria pública, Nuestro Mundo. Era un sueño realizado cuando ella aprendió a leer y escribir en español. Pero, conversaba solo con la maestra en castellano, no los demás estudiantes. Aprendió mucho allí, pero al fin y al cabo el sistema de administración no era lo mejor para ella.
Ahora, hace un año que no está en la escuela de inmersión, pero continuamos nuestros medios días españoles. Lo que empezó como experimento, me ha trasformado la vida. El español ahora es un idioma materna: mi amor, mi vida, mija. De vez en cuando, tengo un día en que no sé si debo continuar el experimento. Me preguntaba si era cuestión de ego o de locura hacer una casa bilingüe como hablante no-nativa. Pero lo considero un acto de amor, por el español y por nuestra hija.
Este verano, nuestra hija se dio cuenta de que su vocabulario se le iba y decidió hablar más español. Esta semana, una amiga venezolana la preguntó, “¿Te gusta hablar español?” Y le respondió, “Sí, mucho.” Era un momento dorado. Cualquier que sea el camino de nuestra hija, espero que este experimento le abrara puertas en el futuro.

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