Hace 19 años en esta fecha, yo estaba parada en la orilla del Río Frío intercambiando los votos de matrimonio con el hombre más dulce, inteligente y cómico que he conocido. Ante nuestras familias y nuestros amigos, prometimos preservar nuestro lazo sin romperlo en esta aventura que llamamos la vida. Nos conocimos estudiando en la universidad en Austin. Para respetar este milagro que era nuestro primer encuentro en una fiesta cerca de la mesa de comida, no en California de donde el venía, ni en Minnesota donde crecía yo, pero en el estado “Estrella Solitaria” (Lone Star State), nos casamos en Texas. El se vistió en traje tejano, corbata tejana con camisa blanca , yo con un vestido al estilo mexicano, ambos con botas vaqueras.

Cuando recien estuvimos saliendo, proclamé que yo iba a vivir en Sudamérica por un año despues de graduarme. Me miró asombrado, “¿Y nosotros qué?” Le contesté que estaba muy bienvenido venir conmigo. Dos años después de casarnos, realizamos este sueño y pasamos catorce meses en Santiago de Chile. Allí mi marido cumplió su palabra y aprendió el segundo idioma de su esposa, el español (castellano). Aprendió un excelente castellano conversacional. Todavía me hace falta aprender el suyo, el cálculo.

Entre los cedros falsos de las colinas del centro de Texas hasta las araucarias del Parque Huerquehue de Pucón, hicimos largas y variadas caminatas. Ya sé usar ropa atlética con botas gruesas por día y empacar un vestido con sandalias bonitas para la noche. Nos encanta comer y la cocina chilena era un placer; pescado fresco y meseros excelentes por todas partes. Nuestro tercer aniversario, llamamos de antemano al restaurante chino imperial que normalmente parece un lugar de comida chilena rapida, a tres cuadras de nuestro departamento. Más temprano en el año notabamos que lo que comía los dignitarios chinos del consulado en el Restaurante Buena Mesa era galaxias en distancia del lomo con papas fritas que comimos allí. Valió la pena hacer el pedido un día de antemano para los platos especiales. Era una cena memorable y deliciosa.

Al volver a los Estados Unidos, nos mudamos a Madison para escapar del calor extremo de Austin. Asistimos, y después éramos los anfitrones de una mesa de conversación española con amigos queridos que conocimos hablando español. Con ellos creamos una fiesta anual de Día de los Muertos al estilo mexicano para honrar a los difuntos del año y los antepasados. Personas con disfraces de Benazir Bhutto, Steve Jobs, Steve Irwin, Salvador Dalí, David Bowie, Prince, Whitney Houston, Juana de Arco, y Elvis… llegaron a la fiesta en el pasado.

Casi dos décadas después, mi marido me ha amado por los días buenos y malos míos. Pasamos cinco años tomando temperaturas basales por las mañanas antes de conceber a nuestr@ hij@ en unas vacaciones en México. Mi pareja y yo bailamos mejilla a mejilla en nuestra última clase de tango seis meses antes de cuando yo le dí la luz. De nuestra primera danza tejana en el estacionamiento de una iglesia, aprendimos bailar de buen salud, renqueando, o con linfoma; si nuestr@ hij@ se ría o se llore; manteniendo el abrazo flexible pero firme. Nuestro enlace se preserva entero como los anillos que creamos uno para el otro. My love, este amor es para tí.

P.D. Me encanta la algebra. ¿Me enseñarías el calculo?

¡Gracias, lectores! ¡Olé! -Rebecca

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