Mi padre está dedicado a las costumbres antiguas. Le enseñaron a mantenerse al lado callejero de la dama en todo momento del paseo para protegerla del lodo errante de una diligencia. Estoy bromeando sobre la diligencia. Cuando caminamos juntos por la acera, él varia del lado derecho mío al lado izquierdo en las esquinas para estar al lado correcto para protegerme del peligro del camino. Le tomaba el pelo sobre su protección atenta desde que era niña. De todos modos, de vez en cuando, caminamos durante una tormenta fuerte, un auto tira agua de un pozo enorme, y le moja entero y no a mí. Entonces me dice, “¿Ahora ves?” Y le concedo que tiene toda la razón. Además, sus hábitos me abrieron los ojos a una costumbre en Guatemala que no hubiera descubierto sin conocer la caballerosidad suya.

En Antigua, Guatemala, yo andaba por toda la ciudad. Me gustaba mirar las casas en camino, joyas pintadas de forma bonita juntitas a la acera, con puertas antiguas de madera. No hay zona comercial aparte del centro, así uno encuentra tiendas en las cuadras residenciales. Por eso se encuentra, por ejemplo, una ferretería, una casa, otra casa, un restaurante, una casa, otra casa, un mercadito y una casa final en la misma calle. Antigua es una ciudad de escala humana. En momentos claves del día, un montón de gente camina de ida y vuelta al trabajo, a la escuela, o al mercado por las aceras estrechas. Los guatemaltecos evitan el sol y el calor cuando puedan, caminando en la sombra. Allí yo pensaba diariamente en el dicho hindú: “Sólo los perros locos y los ingleses caminan por el sol del mediodía.” Los turistas se proclamaron en su preferencia por el lado soleado de la calle.

Aunque soy gringa, también escogía la sombra porque me quemo demasiado fácilmente. Entonces, empezaba yo a reconocer algo cultural sobre el derecho de paso. Las mujeres indígenas quienes usaron los huipiles tradicionales pasaron con la cabeza inclinada al lado callejero de las mujeres con ropa moderna quienes caminaron con la cabeza elevada en el lado protegido. Vi esta costumbre dos veces, vi la jerarquía, y tuve una idea. La próxima mujer indígena en su traje bonito de colores que caminaba hacía mí, la señalé para tomar el carril interior y yo el exterior. La señora mostró sorpresa y con una sonrisa pequeña me dijo, “Gracias.”  Su reacción positiva confirmó la información cultural que observaba yo. Durante las tres semanas restantes, hice este cambio pequeño en como caminaba; tomando la posición callejera de menos estatus. Cedía el paso a las mujeres maya y recibí agradecida la flor de sus sonrisas. Al volver a Minnesota, a mi papá le gustó mucho escuchar esta historia. “¿¡¿De verdad?!? Muy interesante. ¡Qué coincidencia!

¿Tienes tu una experiencia semejante en la ciudad donde vives, o en otras partes del mundo? ¿Qué son las reglas inexpresadas sobre quien tiene la preferencia de paso?