Dos viajeros queridos están en Guatemala está semana. Su viaje al país más norteño de América Central me trajó a la mente esta poema que escribí en el avión de vuelta después de estar en Antigua hace unos años.
Guatemala
Volaba hacia lo desconocido
a una tierra volcánica donde un pueblo agrícola teje telas de colores brillantes.
Tierra de tejidos variados; un diseño por cada pueblo.
Tierra de tortillas de maíz, frijoles negros, y música de marimba.
Tierra de herencia mixta; español y maya,
dos tribus bélicos chocándose, metidos en un conflicto perpetúo.
Tierra donde centenares de especies de orquídeas que florecen tal como las mejillas de las chicas indígenas que brotan en las selvas, las montañas y los valles.
Tierra donde los nombre de pueblos son poesía – Tikal, Antigua, Atitlán, Chichicastenango, Chimaltenango…
Tierra de calles empedradas, murallas blancas y antiguas puertas de roble.
Tierra de bicicletas bien usadas; donde jóvenes, o parejas, o padres e hijos montan con serenidad por su viaje precario.
Tierra donde por la madrugada las campanas los llaman a los fieles a iglesias que yacen en cada segunda esquina.
Tierra donde la fe devota y la corrupción viven juntos con conocimiento previo.
Tierra mística donde los santos vetustos hacen milagros diarios.
Tierra de belleza sin fin, donde la cara del volcán cambia cada hora, por las sombras caprichosas pintadas por las nubes y el sol.
Tierra de frutas tropicales, mango, piña, papaya.
Tierra de tres tipos de limones y cinco tamaños y variedades de banano.
Tierra de tucanes con picos amarillos, monos feroces que gritan como jaguares, y quetzales con gran colas verdes iridiscentes.
Tierra de templos antiguos ascendiendo de la selva hacia la neblina.
por Rebecca Cuningham
Tierra de verde encanto y antiguo misterio donde mis pensamientos regresarán en ocasiones sin número.