Viajé sola por Alemania, Francia y España cuando era estudiante universitaria. Una parte favorita de viajar sola para mí es que no estoy insolada de la cultura que visito o de las personas nuevas que conozco. Les abro a los desconocidos y ellos a mí, en búsqueda de comida, agua, alojamiento y direcciones. En cada país, me di cuenta más de mi independencia y mi interdependencia.

En Alemania, aprendí que la conexión humana no depende de idioma. La señora Bronner era la dueña de un hotel pequeño donde quedé en Nuremberg. Por mi parte, hablé trece palabras de alemán; Guten morgen, Guten tag, ya, nien, eins, zwei, drei, vier, fünf, bitte, danke, Auf Wiedersehen.* Ella sabia diez palabras de inglés; Good morning, did you sleep well? Breakfast? Yes? No? Room.** La señora Brönner mantenía unos dormitorios imaculados, completos con un edredón. Dormí calentita. A los veinte años, era la primera vez que quedé fuera de mi país sin familia, sin amigos sin compañeros. Sentí segura y bien cuidada en la presencia de la señora. Me sirvió un desayuno continental de pan fresco, mantequilla, quesitos gouda, té o café. Ya, danke, o Sí, gracias, dicho en una voz simpática con una sonrisa comunica mucho. Ella me mostró simpatía (gracious) y era buena anfitrona. Por las mañana, me buscaba más quesitos gouda porque veía que había comido los cinco que estaba en la mesa mía. Nos hicimos amigas a pesar de nuestras veintitres palabras en común.

Mi primera experiencia con un ferrocarril internacional, tomé el tren de Alemania a España sola. Me sentí nerviosa, pero dedicada al plan de llegar a tiempo en Toledo para el primer día de clases. Estudiaba los horarios de tren, escojí mi ruta y dejé cuatro días para cruzar por Alemania, Francia, y la mitad de España. En el sur de Alemania, una chica y su abuela entraron el tren y se sentaron cerca de mí. La chica se presentó, se llamaba Anke. Me preguntó cuales eran los idiomas que hablaba. Ella sabía Aleman, un poco de inglés y francés. Con el español y inglés que sabía yo más las fracciones de aleman y francés, y los tres idiomas suyos, conversamos por dos horas sobre los estudios y nuestras familias. Intercambiamos las direcciones escritas y eramos amigas de correspondencia por dos años hasta que ella se mudó y perdimos el contacto. Otra mujer estadounidense y yo nos hicimos amigas en la frontera oficial entre Francia y España del norte. Nos quedamos juntas en un hostal en Barcelona, hasta salir en el punto cardinal opuesto en seguir el viaje.

Llegué a la Fundación Ortega y Gasset en Toledo un día antes. El portero Don José era estricto pero simpático. No había lugar en el mesón. Quería llorar. Podía dejar mis maletas, pero no estaba listo el dormitorio. Me ayudó en buscar alojamiento barato y un taxi. Durante los tres meses siguientes, él y su esposa se convertieron en dos de mis amigos españoles más cercanos. Me prepararon un bocadillo cuando perdí la cena, me enseñaron nuevas costumbres, me Eran como unos tíos para mí cuando estaba lejos de mi hogar.

Recuerdo con afecto los que conocí cuando viajaba sola aquel otoño. Verdad, que en mi vida solitaria me desvía de vez en cuando, no sabía donde quedarme, o me sentí confusión por las costumbres locales. Pero, eran las partes del viaje cuando abrió mi corazon y hice amigos. Porque aunque no entiendo las palabras extranjeras, si comprendo las intenciones de un/@ desconocid@ amistos@.

 

* Palabras alemanes en traducción: Buenos días, buen día, sí, no, 1 a 5, por favor, gracias, adiós. 

**Palabras de inglés: Buenos días, ¿Dormiste bien? ¿Desayuno? Sí, ¿No? Dormitorio.

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