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Rainbow Crosswalk, Castro District of San Francisco Photo by: Rebecca Cuningham

Cuando tenía catorce años, fui a la Ciudad de México en un viaje escolar con la clase de español. La maestra, quien nació en México, nos dio una charla sobre la cultura mexicana de antemano. Su consejo para los chicos era, no usar camisa rosada, porque sólo los homosexuales usan camisas rosadas y la cultura mexicana no acepta a los homosexuales. Yo farfullé indignada cuando nos dijo eso. Creo que quería protegerles a los chicos. Era optar en contra de atraer atención negativa con un cambio del contenido de la maleta. En el día de hoy parece un comentario de una mente estrecha. Pero en la Ciudad de Mexico en aquellos días, los homosexuales vivían en secreto. Este milenio bajo la frontera sureña de los Estados Unidos un arco iris de colores de camisas se ve en los hombres y los mexicanos homosexuales y las lesbianas son más abiertos sobre sus orientaciones.

El consejo que la Señora nos dio a las chicas era de no hacer caso a los muchachos cuando se dan piropos en la calle, porque si les dieran esperanza nos seguirían a la casa. Pensé, qué dramática se pone sobre eso. Pero, los roles sexuales eran tal como nos reportó, donde los hombres persiguen y las mujeres fingen ignorarlos. La cultura latina puede ser mas conservadora, mayormente por la influencia de la Iglesia Católica. En nuestros vecinos al sur (en los países latinos), muchas veces la sociedad cambia más lentamente en cuanto a los roles de género y las relaciones íntimas.

De hecho, los jóvenes mexicanos tiraban piropos frecuentemente a las mujeres en las calles de la Ciudad de México. Caminado por las veredas con mi hermana de la familia de intercambio, los chicos nos siguieron gritando, “¡Rubia, rubia!” En mi mente, tengo el cabello castaño claro. Pero les pareció dorado a los chicos de cabello negro. Empezaba a reír y mi hermana de la familia de intercambio me corrigió el comportamiento. “¡No reacciones!” Para mantener un rostro plácido, tenía que morderme el labio las primeras veces que ocurrió.

Toda la semana, yo practicaba mantener los ojos al frente y caminar como si nadie estuviera hablando cuando un hombre me hizo un piropo. La idea que yo no tenía que hacerle caso
ni comentar su presencia fue una revolución para mí. Un contrato social existe en todos los países que tuve la suerte de visitar: sólo las personas que hagamos caso tienen poder sobre nosotros. Eso fue muy útil para mí cuando viajaba sola en Europa seis años más tarde.

Una vez, no lograba seguir el consejo en España y una tarde desagradable me resultó. Estaba sentada con mi maleta al lado sobre las rocas de la orilla del Mediterráneo en Málaga, mirando las olas. Por la visión periférica vi que me acercaba un hombre. Me vio y apareció la luz de una idea sobre su cabeza. Creo que esta idea fue $$$. El señor me preguntó si me molestara si él se sentaría en una roca cerca de mí. Fijé la mirada en el mar y me quedé en silencio. El hizo una exhalación profunda y me dijo que era mal educada. Eso me enojó. Le dije que no era mal educada, que estaba disfrutando tiempo a solas.

“¡Aja, sí hablas español!” me dijo. Entendí que perdí el juego y que me iba a pegar toda la tarde. El señor me preguntó como se llamaba.
“Raquel,” le mentí.
“Un nombre bonito para una mujer hermosa.”
“Gracias.”
“Déjame ser tu guía en Málaga, Raquel.” Le dije que no tenía tiempo para ver los sitios históricos porque el autobus de la escuela me iba a recoger pronto. Me quería enseñar un sitio de artesanos. Yo estaba más o menos de acuerdo. El señor me contó que quería comprarme un par de aretes, pero recién era cesante. Me rogaba quedar en Málaga con él. Le decía que no, tenía que terminar el programa en Toledo. Cada vez que me lo rogaba, su voz era más insistente y enojada. Acercábamos el lugar de encuentro. Me rogaba más. El bus llegó tarde. Nunca en mi vida esperaba con tanta ganas un autobus como aquel que esperaba por setenta y cinco minutos. Al despedirme del señor y subir el bus con alivio, le conté a mi amiga chilena los problemas que tuve con él. Ella me dijo lo obvio, “¿Por qué le contestaste en el primer caso?”