El día que aterrizamos en Santiago de Chile, Evan y yo fuimos a almorzar en un cafe. Estaba segura yo que podía pedir comida en español con fluidez, porque estudiaba el idioma castellano por años. El menú en la pizarra listaba sanguiches, ensaladas, y jugos naturales. Traducí estas palabras fácilmente para Evan. Entonces llegué a dos palabras que no entendí. Estaban juntas en una opción misteriosa, el “ave palta”. Las apunté para Evan diciéndole, “sobre estas no tengo ninguna idea”. A Evan no le importaba mucho. A mí sí. El servidor se nos acercó, papel y bolígrafo en la mano. Después de saludarle, le pregunté “que significaba palta?” Me dio una descripción; era verde, crecía en un árbol, tenía una semilla grande dentro. Adiviné “aguacate”. Me asentó con la cabeza.

“¿Y qué tipo de ave?” le pregunté.
Casí se cayó al piso riéndose. “Pues, pollo, ¡claro!”
“Claro,” le dije.
Pedimos dos ave paltas; media palta llena de pollo con mayonesa. Conocí un plato favorito nuevo aquel día. Los doce meses en Chile eran el mejor año de paltas de mi vida. En 2002, los precios en el Mercado Central eran muy favorables, 900 pesos chilenos para dos kilos. (En los EEUU en este momento una palta orgánica cuesta casi $2. O, por $2 se puede comprar 2 paltas no orgánicas.) Me sentí muy afortunada comer una palta diaria en Chile.

Durante la hora de almuerzo entre las clases de español, muchas veces comimos cazuela; una sopa fuerte de pollo entero, choclo (maíz), calabaza, zapallito, papas, quinoa (en la versión andina), cilantro y hoja de laurel. Esta sopa fuerte es el plato nacional chileno. La ensalada más estacada era la ensalada a la chilena; tomate, cilantro y cebolla. Cuando tuvimos prisa, comimos empanadas; pollo, papas, huevos duros, uvas pasas, aceitunas verdes, comino, oregano y ajo dentro de una masa de harina. Para la cena, mayormente comimos el pescado fresco que abunda en Chile a lo largo de su costa. La corvina chilena era particularmente deliciosa. Disfruté mucho del congrio, y aunque me pareció un poco extraño al pensarlo, todavía lo comía después de aprender lo que significaba la palabra. Para ocasiones especiales, como la celebración de Independencia Chilena, había pastel de choclo, un guisado de maíz y carne.

La alternativa chilena a los refrescos era fantástica, los jugos naturales. Se puede pedir jugos naturales al orden en muchos restaurantes. No existe el jugo congelado en Chile. Lo pedí en varios supermercados y los dependientes se preocuparon por mí. Me explicaban, “No, señorita, el jugo pierde todo lo bueno después de quince minutos.” No había escuchado esta información en toda la vida. Pensé ¿cómo puede ser? Vendemos el jugo en botella y el congelado en todas partes de los EEUU y tienen fama de ser saludables. Así, quería investigar más. Busque la información y resulta que, los chilenos tienen toda la razón. Los niveles de vitamina A y C son más bajos en los jugos congelados, comparados con los frescos.

Cuando volvimos a los Estados Unidos, nos compramos un exprimidor eléctrico al tiro y en los días fríos de nuestro segundo invierno del año hacemos cazuela de ave chilena. ¿Qué tipo de ave? Pues, pollo, claro. Mi receta está aquí.

¡Gracias por leer este ensayo! Si tengas tiempo, lee otro de la lista de ensayos pasados.